Momias, huesos con lesiones, tejidos blandos, restos alterados por el contacto con el terreno… después hay que establecer su sexo, edad, etnia… para al final determinar si las lesiones observadas pudieron causar la muerte del sujeto.
Empleando técnicas similares a las que usan los forenses, los paleopatólogos, se enfrentan al reto de identificar las enfermedades que padecieron hombres y mujeres de la antigüedad, a través de sus huesos. Estas autopsias tienen un gran valor histórico y ayudan a explicar la evolución de las enfermedades y también del hombre. Los paleopatólogos colaboran con otros especialistas como toxicólogos, anatomopatólogos, oncólogos… para que les ayuden a establecer un diagnóstico.
Pocas son las enfermedades que se pueden diagnosticar en los huesos: la sífilis, tuberculosis, raquitismo o la brucelosis. Con las momias es distinto, ya que hay más opciones de coger muestras en los tejidos y buscar microbios que aportan una valiosa información.
Pero el trabajo es difícil y no siempre se alcanzan los resultados esperados. Como se refleja en casos como el de Tutankamon, que ha sido sometido a muchas autopsias sin que ninguna de ellas haya dado una conclusión que satisfaga a la mayoría de la comunidad científica.
Estos avances técnicos han permitido, por ejemplo, determinar la presencia de sífilis en esqueletos británicos anteriores al descubrimiento de América y concluir así que Colón no trajo esta enfermedad a Europa.
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— UPTC Radio 104.1FM (@uptcradio) 7 de junio de 2017
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