Roma es la cuna de la civilización europea y por expansión la del mundo entero. Pero dentro de la sociedad y de la mentalidad romana, no todo era paz, cultura, orden y urbanismo.
Roma se había fundado y expandido con violencia, y la violencia imperaba en todas las facetas de la vida. No en balde, el símbolo de Roma era un hacha de decapitar rodeada de varas para azotar. La mayoría de los líderes políticos eran militares con experiencia de combate cuerpo a cuerpo y habían matado con sus propias manos.
Por poner un ejemplo de la brutalidad romana al ejercer “el arte de la guerra”: se calcula que la conquista de la Galia por César costó un millón de vidas. Según Tácito, el cabecilla britano Calgatus dijo tras ser conquistado: «crean un desierto y lo llaman paz».
La seguridad ciudadana era un tema complicado. Las calles eran dominadas por las familias más pudientes y no existía la policía. La única manera de conseguir justicia era tener un buen patrón o una panda de amigos que te echaran una mano.
El pasatiempo favorito para los romanos era ir al Coliseo. Se calcula que el número habitual de gladiadores en el imperio ascendía a 16.000. El Emperador Augusto envió al circo 420 leopardos y 36 cocodrilos, según Plinio. César 20 elefantes y 600 leones. Cómodo mató él mismo en un espectáculo 5 hipopótamos, 2 elefantes, un rinoceronte y una jirafa.
La sanidad brillaba por su ausencia. Las calles de la ciudad eterna solían estar sucias con un olor pestilente, siendo nido de infecciones y enfermedades. Los romanos no usaban jabón para lavarse sino aceite de oliva. Los retretes domésticos no eran para nada algo normal y carecían de puertas. Lo habitual era usar las letrinas públicas, sin ninguna privacidad.
No había igualdad entre el hombre y la mujer. Había situaciones en que, legalmente, las mujeres tenían que ser representadas por el cabeza de familia y muchas ocupaciones les estaban vetadas.
La situación de los esclavos era dramática. Sus vidas valían bien poco, eran considerados “animales que hablaban”. Cuando un esclavo rompió sin querer una copa de cristal, Vedio Polión ordenó que lo echaran al estanque de las morenas, a las que había acostumbrado a comer carne humana.
El infanticidio era habitual. Y el abandono de los niños tan corriente que suponía el principal suministro de los mercaderes de esclavos, por encima de los prisioneros de guerra.
Por otro lado los romanos han sido uno de los pueblos más supersticiosos de la historia. Creían que a las serpientes les gustaba el vino, que las cabras respiran por las orejas, que si te pones una lengua de hiena en la planta del pie no te ladran los perros… Incluso el propio Plinio, que se vanagloriaba de su espíritu científico, daba crédito a los prodigios más disparatados, como que cuando fue derrocado Nerón, un olivar del emperador cruzó la vía pública.
Este afán por las supersticiones se debe a la falta de una religión intimista, vivían pendientes de presagios y se cargaban de amuletos. Artemidoro de Daldis, autor de una Interpretación de los sueños, apunta que soñar que uno es crucificado anuncia al soltero que va a casarse (!). Marco Aurelio, uno de los emperadores más cabales, hizo arrojar al Danubio dos leones vivos para que los dioses favorecieran su guerra contra los marcomanos.
Por otro lado estaban las excentricidades, las bacanales, comilonas y orgías. En una de estas fiestas, Heliogábalo ofreció un banquete, en el que la lluvia de pétalos de rosa lanzada sobre los comensales fue tan copiosa que los asfixió.
Cierto es que los romanos no hacían del sexo un tabú. Al no tener una religión “estable”, carecían del concepto de pecado y del “castigo divino”. Un adorno común en las casas eran los tintinnabulum, una campanita, con forma de pene. Pero no por esto había una verdadera libertad sexual, por ejemplo la homosexualidad pasiva era delito en un ciudadano libre, pero en el esclavo era un deber si el amo lo exigía. En el caso de las mujeres estaba claro: la homosexualidad estaba categóricamente prohibida.
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