Los muertos más temidos eran los niños o las mujeres que fallecían durante el parto, ya que consideraban que al haber muerto prematuramente estaban enfadados, por lo que podían regresar a vengarse en los vivos de su desgracia.
A este temor máximo se suman los suicidas, ajusticiados, criminales, locos y portadores de enfermedades contagiosas como lepra, o tuberculosis.
Es por ello que en muchas tumbas de niños se incorporaran unas tablillas de plomo con maldiciones realizadas por un mago, escritas de derecha a izquierda de forma que sólo se pueden leer si se reflejan en un espejo. Además, los niños se solían enterrar de noche y en la propia casa durante la época del emperador Augusto, ya que estaba mal visto mostrar el dolor por el fallecimiento.
Sin embargo, a partir del siglo I d.C., una crisis de natalidad modificó el pensamiento y se empezó a considerar la muerte de los niños como algo terrible. De hecho, se comenzaron a escribir poemas funerarios muy estremecedores.
En época romana los muertos eran utilizados para rituales de magia negra, conociéndose casos, incluso, de brujas que iban a robar huesos de fallecidos en las noches de luna llena para usarlos en sus rituales. Y en cuanto al ritual, era un paso previo para obtener el descanso eterno. Ritualizaron todo lo que tenía que ver con el funeral, tanto es así que “funeral” viene de la palabra latina funus, que definía todos los ritos que tenían lugar entre la agonía de la persona y posteriores a su enterramiento.
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