Felipe II creyó que podía organizar una gigantesca flota naval desde su retiro en El Escorial, sin manifestar su intención de visitar al ejército, oficiales, ni a sus tres comandantes de rango superior. Lo que produjo la desorganización, descoordinación y despreocupación del proyecto, que motivó en gran parte el fracaso final.
El rey no tenía conocimientos sobre navegación y tampoco se dejaba aconsejar por los profesionales del ejército. Algunos autores han llegado a señalar que el Marqués de Santa Cruz falleció a causa de un infarto propiciado por los continuos reproches y negativas del rey a sus especializados consejos sobre la flota naval.
Felipe II lo dejó todo en manos de la divinidad a modo de cruzada religiosa. Pensaba que los ingleses se rendirían inmediatamente con solo ver a la Armada española cerca de sus costas y que aún no siendo así contaría con la inestimable ayuda y colaboración de los fieles católicos que se levantarían en armas en su favor. Era tal la obsesión que tenía Felipe II en el origen divino de la empresa que hizo que se confesaran todos los miembros de la tripulación, estaban prohibidas las blasfemias o encontrarse en pecado mortal, se debía recitar el Ave María y los sábados la Salve, existía un santo para cada día…
Pero, sin duda, el error más grave, trágico y evidente fue pensar que Inglaterra le otorgaría los honores propios de un rey.
25 de Julio 1582: el Marqués de Santa Cruz consigue la victoria en la isla Terceira ante los opositores de Felipe II como Rey de Portugal. pic.twitter.com/yqCwdvRtZX
— Imperio Español (@Imperio_e) 25 de julio de 2017
Fuente: ¿Qué fue la Gran Armada? por Pablo Martínez, Juan José Pallarés, Pedro José Sánchez y Pablo Victorio. Alumnos de Historia de la Universidad de Murcia.
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