Al sur de Sheikh Abd el Qurna se encuentra el valle Deir el Medina. Este valle era conocido como el de los trabajadores, pues Thutmosis I levantó allí un poblado para que vivieran los artistas y obreros que hacían las tumbas reales.
Una ciudad de los artistas en medio del desierto, frente al Nilo. Allí vivió el pintor de la tumba de Nefertari o de Thutmosis III. El perímetro de la muralla se conserva intacto y el nombre del faraón está inscrito en este muro que rodea la ciudad.
Artesanos, obreros, pintores, escultores… convivían en pequeñas casas. Eran de adobe sobre cimientos de piedra. Las paredes estaban enlucidas con barro, y las fachadas y algunas paredes interiores estaban encaladas. La puerta delantera, que daba a la calle principal, era de madera y estaba encajada sobre un marco también de madera o caliza que podía llevar el nombre del dueño. Muchas veces, las puertas y dinteles estaban pintados de rojo, un color protector. La casa tenía salón, varias habitaciones, subterráneo y terraza.
Llegó a haber unas 70 casas en este poblado. Estas ruinas y sus tumbas han aportado muchos datos sobre las familias que las habitaban, los modos de trabajo, las actividades de ocio, las leyes y costumbres. Cuando al final del imperio nuevo este lugar se convirtió en un peligro por los libios, se abandonó el pueblo y sus habitantes se trasladaron al interior de los muros del templo de Ramsés III en Medinet Habu. Muy cerca de aquí está el templo de Hathor, edificado por los Ptolomeos. La ciudad estaba rodeada de una gran muralla. Nadie podía salir de allí, ni entrar, excepto para llevar a cabo el trabajo.
Deir-El-Medina aldea administrativa para el Valle de los Reyes (1550-1080 aC). Vivian artesanos, pintores, albañiles, escribas, #escultores pic.twitter.com/Jp9frZSO9J
— Marcela Zapata-Meza (@Machezm) 16 de mayo de 2017
Distintas generaciones, desde 1550 a.C. hasta el año 1000, desde la dinastía XVIII hasta el final de la XX, laboraban en la necrópolis real. Eran poseedores de secretos y por eso estaban muy controlados. Eran vigilados por comisarios que se encargaban de que los secretos de las tumbas se mantuvieran.
Muchos, además de trabajar en las tumbas reales, lo hacían en la suya propia. La necrópolis de los funcionarios, capataces y escribas son pequeñas tumbas – capillas, con una parte subterránea decorada con pinturas. Destacan: la tumba del capataz Pashed, arrodillado rezando debajo de una palmera llena de plátanos. Los jeroglíficos de la sepultura reproducen el capítulo 62 del Libro de los Muertos con la fórmula para poder beber el agua en el más allá. Otra tumba es la del funcionario de la necrópolis Sennedjem. Se les ve a él y a su esposa adorando a los dioses del más allá, así como trabajando con los bueyes y el arado en el campo. La tumba de Ipuy, donde hay pintadas escenas de pesca. En la tumba de Userhat, escriba real en el tiempo de Amenofis II, puede verse un mural donde un barbero le corta el pelo.
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