Sus datos figuraban en la lista de exterminados en el campo de concentración de Gusen con el número 87328.
A pesar de ello, Ballesta no estaba muerto sino que luchaba por sobrevivir en Mauthausen, otro de los templos del horror erigidos por el nacionalsocialismo.
La suerte o la casualidad quiso que, días antes, intercambiara su identidad con Rafael Millá, hijo del último alcalde republicano de Alicante, que se había embarcado en el SS Stanbrook y con quien había coincidido en el tren que los transportaba como prisioneros de Francia a Suiza.
«Llamaron a Rafael y me presenté yo. Gritaban mi número, 4270, y yo respondía. Tuve la suerte de no equivocarme nunca».
Antonio fue introducido en un tren con tres vagones, con destino a Mauthausen. «Recuerdo que dentro había unos cubos para nuestras necesidades. Al cabo de las horas, los cubos estaban llenos, y aquello se estaba derramando de tanto traqueteo por allí mientras que el vagón no se podía abrir para ventilar».
Un día como hoy hace 3 años falleció Antonio Ballesta con 102 años en Alicante. Superviviente de Mauthausen #memoria pic.twitter.com/NwROEvJ7G4
— MaiteMolinaN (@MaiteMolinaN) 4 de febrero de 2016
Pocos días después de llegar a Mauthausen, supo que Rafael Millá había sido fusilado. Como todos los demás, pensó, «a la próxima me tocará a mi».
En el campo de concentración les daban latigazos con vergajos o tubos de goma llenos de arena. Su comida diaria consistía en un trozo de pan de apenas 5 centímetros y un litro de sopa de remolacha.
«Planchábamos las camas con un mango de madera y si encontraban una arruga, nos daban 25 azotes. Si decían tu número y no lo oías, cuando te encontraban, te molían a palos».
Mientras, su familia no sabía nada de él. Pensaban que había muerto hasta que recibieron una postal dos años después con una sola frase. «Estoy bien. Saludos a todos. Rafael Millá». Aunque no entendían qué pasaba, respiraron aliviados al comprobar que era la letra de Antonio. Estaba vivo.
La reclusión llegó a su fin con la llegada de los aliados. Ballesta volvió a su exilio en Francia, allí se casó en dos ocasiones, trabajó y vivió, hasta que muchos años después pudo recuperar sus vínculos familiares y volvió a su ciudad natal.
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