Estratégicamente crear el Estado de Israel significaba apartar a franceses e ingleses de la zona que dominaban desde el final de la I Guerra Mundial en 1918 cuando se desmoronó el Imperio Otomano (o Turco).
Antes de esto el sinoismo ya había movido ficha y en 1917, Inglaterra se comprometió a entregar el protectorado palestino “algún día” para que los judíos del mundo fundaran allí su nación. Aunque no fue así, los británicos nunca pretendieron ayudar a los judíos. Es más, los veían como una seria amenaza. Lo que querían los ingleses era afianzar la supremacía de su flota usando libremente el Canal de Suez. Para ello le era imprescindible la amistad del mundo árabe.
Los judíos fueron maltratados por las políticas británicas, que no los dejaban entrar en la zona ni adquirir tierras; famoso es el episodio del barco Exodus, que con 4300 judíos a bordo, los británicos impidieron llegar a Israel. Por otro lado el mundo árabe, cuyo libro sagrado, El Corán, dice que los pueblos del “Libro” (cristianos y judíos) deben mostrar sumisión e inferioridad ante los verdaderos creyentes (musulmanes). Esto provocó la violencia de los judíos radicales, que organizándose en milicias empezaron una cruenta guerra terrorista.
Pero finalizada la II Guerra Mundial (1945), ni Francia ni Inglaterra eran ya potencias mundiales. Sí lo eran EEUU y URSS, bajo estas dos potencias se creó el Estado de Israel en 1948 con David Ben Gurion como primer presidente. Y los ingleses, muy a su pesar, dejaron la zona; abandonando a los árabes en una guerra contra el joven estado.
El 14 de mayo de 1948, en el Museo de Tel Aviv, David Ben Gurión proclama la creación de un Estado judío en Eretz Israel. Am Israel Jai. pic.twitter.com/uX68arx2oq
— Marcos-R Barnatán (@BarnatanMR) 14 de mayo de 2017
En 1967, se desencadena la Guerra de los 6 días. La situación en la zona era una bomba de relojería. Los países árabes se habían armado hasta los dientes y movilizado sus ejércitos en las fronteras. El presidente egipcio Nasser había declarado por televisión “arrojaremos a los judíos al mar”. Israel no corrió riesgos, atacó por sorpresa. Destruyó la aviación árabe y duplico su territorio.
En 1973, los árabes tomaron a Israel desprevenido. Durante la fiesta del Yom Kippur, los egipcios invadieron por sorpresa Israel. Pero los judíos están siempre preparados para la guerra. Contraatacaron y llegaron a pocos kilómetros de El Cario. Ante esta situación los egipcios pactaron un alto el fuego. Las tropas de la ONU separaron a los contrincantes. La Guerra del Yom Kippur duró 18 días.
Las relaciones entre estos dos países se normalizaron con los años. En 1977, el presidente de Egipto, Annuare el Sadat, retó a su homólogo israelí Menájem Begin a que lo invitase a Jerusalén. Begin aceptó y la visita hizo historia. Estos gestos dieron como resultado la firma de los tratados de Camp David (EEUU) en 1978 entre Egipto e Israel. Pero no todo el mundo entendió esta paz bilateral. Los demás estados árabes no la aceptaron. En 1981, “Los Hermanos Musulmanes” (fundamentalistas islámicos egipcios) asesinaron a Sadat en El Cairo durante un desfile militar. De este modo subió al poder Mubarak en Egipto, hasta que fue derrocado por el pueblo en enero del 2011.
La I Guerra del Líbano estalló en 1982. El terrorismo islámico había asesinado al embajador israelí en Reino Unido. Como respuesta el ejército israelí fue persiguiendo a la OLP, refugiada en el sur del Líbano, e invadió dicho país.
En 1989, el entonces primer ministro israelí Isaac Shamir junto con su ministro de defensa Isaac Rabin, comenzaron una “iniciativa de paz”. Proponían elecciones libres para los palestinos de Gaza, Judea y Samaria (Cisjordania). Es cierto que inicialmente excluyeron a la OLP de Yaser Arafat de las negociaciones, pero en esta tierra no puede desperdiciarse cualquier buen gesto de entendimiento. Estas negociaciones dieron lugar a la Conferencia de Paz de Madrid, donde se instaba a conversaciones bilaterales entre Israel y cada uno de los estados árabes limítrofes; así como también entre Israel y los palestinos. Se hablaron de problemas comunes como el agua y los refugiados.
El Mito que Limita Nuestra Comprensión de la Guerra de los Seis Días – Por Israel – https://t.co/LhbZ5ka1Td pic.twitter.com/vAPmCj0XTL
— Dori Lustron (@por_israel) 5 de julio de 2017
La cosa fue bastante bien y así llegamos al 13 de septiembre de 1993, cuando Arafat y Rabin firmaron en Washington una declaración de principios que parecía ser el principio del fin de las hostilidades en la zona.
Fue histórico, por ejemplo, que la OLP admitiera dentro de estos acuerdos que sería el Estado de Israel el que asumiría la responsabilidad de la seguridad de las fronteras, incluso de los territorios palestinos. Fue histórico, por ejemplo, que Israel se comprometiese a retirar gradualmente sus tropas de Gaza y Cisjordania.
El acuerdo operativo se firmaría en El Cairo unos meses después, en mayo de 1994. Se siguieron firmando acuerdos, y el 24 de abril de 1996 ocurre uno de los milagros: el Consejo Nacional Palestino modifica la Carta Nacional Palestina y quedan abolidos los artículos donde se negaba a Israel el derecho a existir.
Todo esto les valió a Arafat, Peres y Rabin el Nobel de la Paz en 1994. Todo iba de maravilla, lento, pero de maravilla; hasta que el fanatismo se presentó una vez más: el 4 de noviembre del 95 un radical israelí mata a tiros a Isaac Rabin en un mitin. La derecha fanática israelí había hecho una feroz campaña electoral que desembocó en el fatal acontecimiento.
Desde entonces hasta hoy: atentados en Israel por parte de extremistas islámicos, intifada y una guerra más, la II Guerra del Líbano en 2006.
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— MEMRI.FR (@memrifr) 2 de octubre de 2017
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