Primera Guerra Mundial. A las 6 de la mañana del 4 agosto, el señor Von Below realizó su última visita al ministerio de asuntos exteriores en Bruselas.
Entregó una nota en la cual el gobierno alemán “se veía obligado a llevar a la práctica medidas para su propia seguridad…” a las 8 y 2 minutos de aquella mañana la caballería alemana cruzó la frontera belga por Gemmerich para iniciar el asalto a Lieja. Los gendarmes belgas abrieron fuego con sus ametralladoras, solo contaban con la mitad de las que traía el ejército alemán.
El ejército belga estaba compuesto por 6 divisiones de infantería y una de caballería. Frente a las 34 divisiones alemanas destinas a cruzar Bélgica. Los alemanes venían bien provistos para la invasión, cada soldado portaba: fusil con munición, mochila, cantimplora, botas de repuesto, herramientas para cavar trincheras, bayoneta, un macuto con 2 latas de carne, 2 latas de legumbres, 2 bizcochos, 1 paquete de café. En otra bolsa llevaban agujas de coser, alfileres, vendas, cinta adhesiva, cerillas, chocolate, tabaco y una botella de whisky que solo podía ser abierta con permiso del oficial, y que era controlada cada día para saber si los soldados cumplían esa orden.
En Berlín confiaban, que después de hechos los primeros disparos para salvar su honor, los belgas llegarían al convencimiento de que la única solución era presenciar el paseo militar germano par las calles del país.
Pocas horas después de comenzada la invasión, el Rey Alberto se dirigió al parlamento con su esposa y sus 3 hijos. Las casas y calles fueron engalanadas con banderas y flores y una muchedumbre se lanzó a la calle para jalear la comitiva real. Allí el Rey, encontró el apoyo incondicional de los parlamentarios para defender su patria.
Con el ataque contra Lieja, comenzaba la primera batalla de la guerra.
Fuente: “Los Cañones de Agosto”, Barbara W. Tuchman. 1962.
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